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Todos somos Charlie, todos somos civiles: el atentado contra Charlie Hebdo y el estado de excepción que viene.

In New Modernities on January 15, 2015 at 2:05 am
La foto de la hipocresía: líderes mundiales muchos de los cuales violan la libertad de expresión diariamente, participan en la manifestación de apoyo a Charlie Hebdo.

La foto de la hipocresía: líderes mundiales muchos de los cuales violan la libertad de expresión diariamente, participan en la manifestación de apoyo a Charlie Hebdo.

Ha pasado casi una semana del asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo y ya se han escrito ríos de tinta sobre el asunto tan trágico. Se está hablando mucho de los límites de la libertad de expresión, de las caricaturas de Mahoma, de religión y fanatismo…. pero hay un detalle que ha pasado inadvertido y del que nadie está hablando: antes que defensores de la libertad de expresión o periodistas valientes y descarados, las 12 víctimas del atentado de París eran civiles. Y estas víctimas civiles han muerto sin formar parte de ningún bando en la guerra geopolítica en la que nos hacen participar casi a la fuerza. Podían gustarme más o menos sus viñetas, encontrarlas más o menos ofensivas o racistas (como se ha llegado a comentar), o demasiado simplistas, pero esos dibujantes trabajaban en una oficina de París, no en un campo de batalla y no tenían por qué morir asesinados. Porqué digo esto? Hace casi 80 años, en Marzo de 1938, Barcelona fue la primera ciudad bombardeada sistemáticamente durante tres años por la aviación fascista italiana; mucha gente murió en sus casas porque simplemente no se creían que algo así podía suceder y se negaron a bajar a los refugios. Antes, las guerras sucedían en campos de batalla y las víctimas eran principalmente soldados. Pero desde la Guerra Civil en España, la población civil es la víctima principal en todos los conflictos, del mismo modo que la población civil del mundo árabe-musulmán es la principal víctima del terrorismo islámico, y de manera no tan frecuente pero igualmente cruel y brutal, la población civil en occidente.
Como miembro de esa población civil que podría potencialmente ser víctima del terrorismo, me sentí abrumado y profundamente indefenso. Estamos indefensos ante seres desarraigados y enloquecidos, y también ante unos políticos que acaban formando parte del entramado corrupto y mafioso de la política internacional, creando, financiando y justificando guerras e invasiones en tierras musulmanas que causan dolor y muerte inimaginables a una escala mucho mayor que cualquier ataque terrorista vivido en occidente por terrible que haya sido. Me siento como un maldito peón en una guerra que no he escogido y en la que no tengo la más mínima intención de participar. Hace tiempo que los ciudadanos de a pie, ya sea en oriente u en occidente, nos hemos convertido en escudos humanos en ese inmenso tablero geoestratégico que pone por encima los intereses económicos antes que la vida misma. Y si cree el lector que exagero, vean este fragmento de esta entrevista del programa 60 minutos de la cadena norteamericana CBS, donde la periodista se queda estupefacta al escuchar la respuesta de Madeleine Albright a la pregunta de si la muerte de 500.000 niños causada por el brutal embargo de Estados Unidos a Iraq en la década de los 90 (más de los que murieron en Vietnam) realmente había valido la pena. Con la frialdad escalofriante de un burócrata, la entonces Secretaria de Estado de Bill Clinton, respondió que era una decisión difícil pero que sí, que había valido la pena pagar ese precio.

Esos niños también eran seres humanos, todos y cada uno de ellos eran seres únicos e irremplazables, como los niños asesinados rutinariamente por Israel en sus ofensivas militares en Gaza, como los niños asesinados por drones norteamericanos en Pakistán o en Yemen por los drones del ejército de los Estados Unidos, o como los 400 ciudadanos de raza negra asesinados cada año por la policía en Estados Unidos.
También me siento indefenso ante la prensa internacional. Sí, ante la prensa. Los ataques de París constituyen sin duda un ataque mortal a la libertad de expresión o a lo que quedaba de ella en Europa. Pero es triste comprobar como esa misma prensa “libre” occidental la que alentó, empujó e hizo sonar los tambores de guerra de manera totalmente irresponsable y suicida cuando Estados Unidos decidió invadir Iraq en 2004, aun sabiendo que las pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq eran más que dudosas y que toda la guerra estaba ya planeada y decidida de antemano porque el petróleo iraquí no podía esperar ya más. Casi ningún periodista de los medios de comunicación del mundo “libre” osó llevar la contraria a los intereses corporativos creados alrededor de la invasión de Iraq. El resultado: miles de muertos y desplazados, miles de huérfanos, y un baño de sangre sectario en Iraq, todo por una mentira inútil pero obscenamente lucrativa.
En este estado de cosas, me siento indefenso porque hace tiempo que parece que quieren que vivamos en un estado de excepción constante que nuestros políticos no paran de justificar, como en cualquier dictadura que se precie. En este sentido, es fundamental la obra del filósofo italiano Giorgio Agamben, quien lleva años estudiando la utilización del estado de excepción (Breve Historia del Estado de excepción. Homo sacer II, 1. (Trad: Antonio Gimeno. Pre-Textos. España, 2004) por parte de los gobiernos europeos como herramienta para transcender el estado de derecho en situaciones de emergencia, supuestamente para proteger el bien común de un enemigo externo. La figura del homo sacer procede de la ley romana y se utilizaba para definir a los proscritos, aquellas personas que podían ser asesinadas pero no sacrificadas al no poder aplicárseles las leyes que si se le aplican al resto de ciudadanos: eran menos que humanos. De este modo, el homo sacer puede ser asesinado sin que su muerte se considere un crimen. Y a uno le viene a la cabeza las víctimas civiles de Gaza (y de tantos otros infiernos en la tierra) que mueren sin que su muerte sea investigada, que mueren como detritus humano, como los “nadie” que decía Eduardo Galeano. Es decir, en un estado de excepción (término acunado por el jurista alemán Carl Schmitt, que fue miembro del gobierno de Adolf Hitler) se suspenden temporalmente las leyes para determinar al enemigo público, con lo cual las libertades consagradas en la constitución, y se puede disponer de la vida de los ciudadanos si se estima necesario para proteger el sistema vigente. En ese estado de cosas, la víctima esta fuera de la ley, con lo cual su muerte no es considerada un asesinato desde un punto de vista legal, y ello nos lleva a la suspensión del habeas corpus, garante fundamental de los derechos de la víctima contra las detenciones arbitrarias desde su creación en 1215 en Inglaterra con el nombre de Magna Carta Libertatum. Qué ironía que los políticos que ahora se llenan la boca con la libertad de expresión y los valores de Occidente ya están hablando hoy mismo de la necesidad de reinstaurar la pena de muerte (Marine le Pen), de poner en segundo plano los derechos civiles en pos de la seguridad (Boris Johnson alcalde de Londres), de controlar los mensajes de WhatsApp, Telegram, iMessage o FaceTime (David Cameron), por no hablar de las legislaciones que ya se han aprobado como la Patriot Act en Estados Unidos, un verdadero ataque frontal al Habeas Corpus y a las libertades civiles. En las próximas semanas y meses, vamos a oír a los políticos hablando (otra vez) de la necesidad de sacrificar nuestras libertades por más seguridad, lo cual hay que interpretar como un estado de excepción de facto: se suspenden las leyes temporalmente con la excusa de proteger el bien público de un enemigo público, en este caso el terrorismo islámico, o la unión Soviética durante la Guerra Fría: más libertad, sí!, pero para que las corporaciones hagan y deshagan a su antojo sin tener que preocuparse de ciudadanos revoltosos y protestones (ahí está el TTIP, a la vuelta de la esquina). Es muy revelador el caso del atentado terrorista en la escuela de Peshawar (Pakistan) de hace unas semanas, en el que fueron masacradas 145 personas, 132 de los cuales eran niños. Pues bien, el presidente de Pakistán, Mamnoon Hussain, acaba de aprobar la Ordenanza de Protección de Pakistán, que abre la puerta a la violación de la libertad de expresión, la privacidad o el derecho de reunión y fortalece a los cuerpos de seguridad y al ejército para luchar contra el terrorismo. Asimismo, en España, la Ley Mordaza va en la misma dirección de reprimir la libertad de expresión, y de reunión con multas desproporcionadas y sanciones no contempladas antes en el código penal o conculcando el derecho de los periodistas a la libre información. Se puede decir que, poco a poco las sociedades europeas se irán pareciendo más y más a esas sociedades donde los homo sacer pueden ser asesinados sin juicio previo, pero eso sí, con armas fabricadas en Bélgica, España, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos…en el mundo libre y “democrático”. Precisamente, Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia están entre las seis naciones del mundo que más armas venden a otros países.
Pero los dibujantes de Charlie Hebdo también eran homo sacer para los terroristas. Su odio les negó el Habeas Corpus; para ellos no hubo leyes ni juicio alguno antes de ser acribillados. Como también lo fueron los jóvenes noruegos asesinados por el fanático de extrema derecha Anders Breivik en 2011, o las víctimas del 11M en Madrid, las del atentado en Londres y tantas otras…..Musulmanes y no musulmanes somos víctimas de una guerra soterrada, encubierta, una guerra por los recursos naturales de Eurasia que tan necesarios son para el funcionamiento de un sistema económico criminal llamado neoliberalismo que se expande a cualquier precio y que teme a Syriza y Podemos. Y en esta guerra, Inglaterra no duda en vender millones en armas a regímenes que respetan tanto la libertad de expresión como Arabia Saudí, Egipto o Israel. Y en esta guerra del neoliberalismo por dominar los recursos geoestratégicos, Estados Unidos no dudo en financiar a lo más irracional y atrasado del mundo árabe para luchar contra el enemigo comunista, aunque luego el monstruo se vuelva contra nosotros. Ahora nos rasgamos las vestiduras por el infame ataque a la libertad, al humor, a la sátira, pero nadie tiene el coraje de decir que las potencias occidentales llevan años aplastando cualquier intento de modernización en la sociedad árabe, o a hablar de la brutalidad del colonialismo francés en Argelia, país de origen de los terroristas de Charlie Hebdo. Porque fanáticos e intolerantes existen en todas las sociedades, pero se puede escoger a quién se apoya y se financia, y apoyar a líderes democráticos que ponen los intereses de su pueblo por encima de los de las multinacionales obviamente no es rentable para los poderosos. Ahí tenemos le caso del golpe de estado a Irán en 1953, apoyado por la CIA, y que aupó al poder a un aliado tirano-sátrapa Sha de Persia, cuyo reinado sátrapa con mano de hierro llevo a la revolución integrista de Homeini en 1979. Y podríamos poner tantos ejemplos de golpes de estado en Siria (1949, Irán (1953), Indonesia (1958 y 1965), Líbano (1958), Iraq (1960, 1990 y 2004), cuando no del apoyo de gobiernos occidentales a monarquías las medievales del Golfo, que no son precisamente respetuosas con la libertad de expresión.
Si realmente queremos que no haya terrorismo, primero tenemos que elegir a partidos políticos que se comprometan explícitamente e inequívocamente en sus programas a cambiar radicalmente la política exterior en el mundo, a prohibir la venta de armas y a fomentar la paz, la justicia y la igualdad entre las naciones. No hay otra manera. Mientras tanto, el concepto de libertad de expresión estará tan vacío de contenido como las credenciales democráticas de Netanyahu.
Nos las prometíamos muy felices con la caída del Muro de Berlín, y nos creímos que una nueva era de libertad sin límites se abría ante el mundo. Pero lo que está ocurriendo actualmente da la razón a aquellos que avisaron de que la caída del telón de acero no traería más libertad, sino la culminación paulatina del modelo de sociedad neoliberal, que precisamente pretende acabar con cualquier forma de protesta organizada, ya sean movimientos sociales o sindicatos, que se oponga a los intereses corporativos de las empresas multinacionales y la oligarquía de los poderosos. La llamada guerra contra el terror, creado y financiado por los mismos gobiernos occidentales, es la excusa perfecta para implementar el estado de excepción permanente y conseguir asi que la extrema derecha le haga el trabajo sucio de contrarrestar la ola de populismo de izquierdas (Podemos y Syriza) que amenaza los intereses del entramado político-económico neoliberal. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, llámense Ahmed o Wolinski, estaremos en medio de un campo de batalla entre locos terroristas y políticos estúpidos, vendidos e irresponsables. En nuestra manos está el dejar un mundo más decente y menos vil a nuestros hijos.

Norfolk CAAT

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